Hace un par de semanas una avioneta mono-hélice para 6 ocupantes se interpuso entre el Amazonas ecuatoriano y yo. “Si nos vamos a estrellar en uno de los paraísos de la Tierra, que sea con estilo y por mérito propio”, pensé justo antes de sentarme en el asiento del copiloto. Tras tomar nota de mi osado comportamiento, varias veces y sobre todo durante las maniobras de aproximación y aterrizaje, pispeó Daniel por la comisura del ojo que en mi afán por filmar cada detalle del vuelo y los vericuetos de una cabina ochentosa no le pegara con el lente de la cámara al mando de la aeronave que estaba “a mi cargo”. La catástrofe estuvo cerca, pero se podría decir que estuve siempre atento a que los dos cm de separación entre un artefacto y otro nunca faltaran.
“Esa franja verde en la jungla es la pista”, me dijo de pronto como quien le indica al verdulero que esta vez lleva perita porque los redondos no vinieron tan buenos. “Y las manchas negras son los charcos de barro, porque últimamente anduvo lloviendo abundante”, agregó, como quien no repara en que tal vez su co-piloto advenedizo no esté tan preparado para saber que están a punto de aterrizar en una pista así de rudimentaria.
Una vez que el volver a tocar tierra dejara al avión todo manchado de barro, tuvimos una calurosa bienvenida a cargo un sol tropical impiadoso pero también de los lugareños, una comunidad Huaorani con quien pasaríamos los próximos tres días surcando de aquí para allá las aguas del Amazonas antes de volar a Galápagos para seguir con lo que fue nuestro viaje a Ecuador.

La cabina de mandos, con Daniel piloteando y Andi preguntándole sobre cada movimiento y filmando a consciencia.

Una vez llegados al Amazonas, Vai, uno de los miembros de la comunidad Huaorani nativa de la zona, sería nuestro guía durante los próximos tres días.

Los Huaoranis se movieron históricamente en canoas hechas con troncos ahuecados por ellos mismos y empujados con palos largos que llegan hasta el fondo del río.

Hoy en día la forma de locomoción principal es en esas mismas canoas pero propulsadas con un motor fuera de borda.

Cuando los conquistadores occidentales los invadieron una de sus principales armas fue el azúcar: los hicieron adictos y así les generaron una necesidad que antes no tenían y que sólo los foráneos podían satisfacerles. (Foto: casa de Vai en la selva).

Me llamó la atención cuando estuvimos en la casa que Vai y su mujer me pidieron que les saque fotos juntos. Sin embargo, nunca quisieron tener contacto, como un abrazo por ejemplo.

Hoy en día la comunidad Huaorani ya ha dejado de vivir exclusivamente de la selva. Las mujeres, por ejemplo, hacen entre otras cosas artesanías para vender a los turistas.

En otro sector de la selva, como a dos horas en canoa (a motor) de donde vive Vai hay una escuela. Algunas de las familias tienen su casa ahí mismo.

Una de las tradiciones Huaorani es pintarse la cara para cumpleaños, festividades y otros eventos especiales.
25/08/2015 at 15:07
Que osado! Que buenos lugares Andy…increible, ya nos contarás tus experiencias, ampliá el post sobre Galápagos! Abrazo!