Cuenta la leyenda que estando de caza el Marajá Uday Singh II dio en cruzar su camino con un ermitaño quien, luego de bendecirlo, le sugirió que en aquel sitio, al pie de la cadena montañosa Aravalli, debía construir un palacio. Tras escuchar de boca del desconocido que de hacerlo iba a estar por siempre protegida, decidió entonces el Marajá mandar a levantar allí una residencia.
Años más tarde, cuando en 1568 el emperador mogol Akbar capturó el fuerte de Chittor, Udai Singh mudó la capital Mewar, el Reino Rashput, a aquel lugar que por estar escondido entre montañas y lagos impediría al enemigo llegar montando caballos armados, el mismo en donde había construido su nuevo palacio y que luego pasaría a llamarse Udaipur. Y tal fue el acierto del ermitaño que nunca más el Reino Mewar necesitó trasladar su capital: a pesar de la presión que ejercieron los mogoles, Udaipur jamás pudo ser conquistada por el enemigo.
Hoy en día sigue habiendo algo especial que envuelve a la ciudad de los lagos. Acá comparto un álbum de fotos en el que se palpa un poco de lo que es callejear por Udaipur.
La ciudad se encuentra a orillas de los lagos Pichola, Fateh Sagar, Udai Sagar y Swaroop Sagar.
Por eso disfruta de escenarios atípicos para lo que es India.
Lo que sí es común en otros lados, y como también acá, es ver mujeres estrujando ropa contra los escalones de los gaths, sea en lagos o ríos.
Otras se dedican a las artesanías en mercados callejeros del centro.
Y como siempre en India todas están a cargo de, entre muchas otras cosas, también los niños.
Las calles de la zona más turística del centro están flanqueadas por puestitos que venden telas, cueros, pinturas, ropas y muchas otras chucherías de interés para el turista…
… como máscaras artesanales.
Aunque parezca raro, algunas calles que son muy tranquilas.
¡Sin nadie que las transite!
¡Sin bocinas!
¡Y con establos!
Incluso el centro es bastante calmo.
El espíritu artístico de la ciudad se ve aplicado en todas sus formas.
Resultando que hay veces en las que incluso lo feo parece lindo.
Hay fachadas coloridas.
Inconclusas.
A cuadritos.
En composé.
Y otras que no son mucho más que fachadas.
Sin importar qué hora sea… (Torre del reloj en el centro de la ciudad)
… y siguiendo la tradición, los indios practican su deporte favorito: el mirar cómo la vida pasa.
Algunos lo hacen teñidos de rojo.
En horario laboral.
Por culpa de un semáforo.
Ejerciendo el trancaroleo.
Desde pequeños.
Y desde muy pequeños.
Hay que prestar atención a las puertas.
Porque muchas cuentan historias.
Cómo de dónde vienen quienes se resguardan tras ellas.
Tal y cual las del palacio del Marajá.
Allí todo es una oda a la arquitectura Mewari.
Igual que en el cementerio de los Marajás.
Y en muchos otros detalles de la ciudad.
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