– Esta historia empieza en “PASA EN INDIA – Lo que empezó como “una infección de riesgo” y que ahora parece ser “un simple derrame” me tiene hospitalizado (aunque sin amputaciones en el haber)” y es la continuación del post “DIARIO DE UNA HOSPITALIZACIÓN EN INDIA – Otra vez bisturí, yeso y el diagnóstico que pasa de 3 a “más o menos 7 días” (miércoles 16.01.13)“-
La noche del miércoles al jueves es por lejos la peor hasta ahora. A eso de las 22 hs tengo que llamar a la enfermera porque no aguanto más el yeso. Ya hace un rato que le agregaron una venda elástica por encima y no sé si queda muy ajustado o qué, pero tengo un dolor en el talón que me está matando. La idea era inmovilizar, pero el dolor es tal que estoy constantemente intentando mover el talón para que deje de dolerme. Le pido entonces a una de las enfermeras que me saquen la venda y le aviso que no sé si voy a poder aguantarlo toda la noche. Después de consultarlo con el médico, accede al pedido.
El dolor, que baja en un principio, empieza a intensificarse con el correr de las horas, haciendo que no pueda dormir. No saber qué tengo en el pie ni cuál es la gravedad real que acarrea consigue que a pesar del sufrimiento intente aguantar el yeso: “si me lo pusieron por algo es”. Quiero que se me cure el pie lo más rápido posible y si para eso tengo que soportar el dolor, así que voy a intentar hacerlo.
La noche se pasa lenta, no paro de dar medias-vueltas en la cama (estoy con una pierna para arriba, así que tampoco puedo girarme mucho) y encima todavía falta lo peor. A las 5 de la mañana llega la hora de una de las tantas dosis de antibióticos que me están metiendo. Desde el sábado que estoy internado y ya sé que al ser varias tandas por día, el catéter a través del cual me inyectan las endovenosas debería durar alrededor de 72 hs. Pero según lo que me dicen, mi lenguaje corporal es distinto, mis venas son algo más finas y por eso no pueden aguantar tanto. En cuanto me vacían un cuarto de la jeringa ya estoy con el grito en el cielo. Es hora de cambiarlo de nuevo.
Estoy todo dormido, sintiendo como las venas me están por explotar adentro de un brazo y con una enfermera a punto de clavarme (y dejarme adentro) una aguja de unos 4 o 5 cm en el otro. Me pincha una vez y nada. Prueba con las de la mano, tampoco. ¡Me clava 6 veces y no encuentra la vena! “Vuelvo en una hora e intento de nuevo”, me dice como para consolarme. “Buenísimo, te espero a las 6 am”, pienso.
A eso del mediodía, ya con catéter nuevo y antibióticos fluyendo, bajo a ver al médico. “Tal vez estaba muy ajustado”, pondera mientras vemos al sacar la férula que ahora el talón está sangrando como consecuencia del dolor que tuve toda la noche. Nada grave igualmente, la próxima vez irá más suelto y listo. Lo que me importa es el tobillo.
¡Y luce genial! ¡Por primera vez no hay rastros de sangre derramada! Y ya empieza a parecerse un poco más al de la pierna vecina. ¡Al fin! No es necesario entonces abrirme de nuevo. “Mañana no lo vemos para no exponer la herida, pero si todo sigue bien, te cosemos el sábado y ya podrías irte”.
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